13.4.13

PRESAGIO (CAPÍTULO 3)



                                                     Hoy comienza para el mundo una era nueva y debéis estar satisfechos de poder decir que la habéis visto nacer.
                                                                                                                                           Goethe


***


-¿Quién viene allá a lo lejos?

-No sé, parece un caminante.

-¿Dónde irá?

-Quizás crea que aquí aún hay vida.

-No, no trae colgada la incredulidad.

-Será otro hijo bastardo del cura. Uno más que sumarse a las viandas de buitres que alimentan la desazón humana.

-Éste no, éste es distinto, me lo dice su sangre, la que chorrea moribunda a través de sus ojos sin miedo. Lleva la rueda, el ciclo de nuevo, el eterno comienzo.

-¿Quién le ha llamado?, ¿quién le ha buscado por los tiempos?

-Vienen solos, siguiendo el rastro de las podridas entrañas, buscando y encontrando, gracias a su olfato de hiena, pueblos sin esperanza, con el corazón partido por el tiempo, sesgado por la arena que nos cubre y que rebasará sin duda las mortajas de nuestros huesos. Llegan, clavan la espina y se marchan. No hay solución. El caos se apropiará de nosotros.

-Vayámonos entonces.

-No, a éstos hay que dejarles una señal, son las normas.

-Está bien, aquí le dejo las cuencas de mis ojos, para lo que me van a servir.

-Marchemos entonces. Descansemos en paz; ya cumplimos nuestro cometido.

-Ojalá se pudra, como el padre Julián.


***


-¿Quién me puede hospedar?

-Nadie, aquí nadie.

-Tan sólo quiero alojamiento.

-Ya le he dicho que nadie le albergará en Mortaja.

-No lo entiendo. Pagaré. ¿Qué problema hay?

-Aquí no son bien recibidos los extranjeros.

-Traigo bastante dinero.

-Eso es algo que aquí está de más, nadie lo ansía.

-¿Qué sucede?

-Oh, nada, padre, este extranjero que quiere pasar la noche en nuestra comunidad.

-¿Por qué?

-Estoy de paso, la noche se ha echado sobre mí y quisiera encontrar un lugar donde cobijarme.

-Mortaja no es el lugar que usted busca, aléjese de aquí.

-Pero, padre, usted es cura, dar posada al peregrino es una de las máximas de Jesús.

-Conozco mis enseñanzas.

-No veo el problema.

-Está bien. Fernando, cobíjale esta noche en tu casa.

-Pero, Padre, las normas dicen...

-¿Vas a desobedecerme?, ¿a desatar la ira divina?

-Sígame.

-Sólo una noche, ni una más.


***


La curiosidad mató al miedo, inundó los oídos ávidos de saber, ansiosos de conocimiento; y Fernando, el rebelde y supersticioso Fernando, abrió sus ojos al torrente de ideas nuevas que le esparcía con excesiva rapidez el extranjero. Y vio la luz, aquella que le había sido negada en un mundo cargado de Dios, atosigado por Dios, controlado por Dios y por su regente en la tierra olvidada de Mortaja. Conoció la ciencia, las palabras, las posibilidades, y quiso más, mucho más. El miedo, aquel que se había instalado permanentemente en su aterrado corazón, fue arrojado de su cuerpo, con la misma celeridad con la que se repletó de palabras maestras, de retos humanos contra las situaciones establecidas, contra las limitaciones preplanteadas. Se sintió bien, demasiado bien, y decidió expulsar de sí toda la rabia e indignación que había acumulado a lo largo de años de carestía, de pecado y de lamentaciones, noches enteras mortificándose para poner en paz su espíritu, para ser digno de entrar en el reino de los cielos. Pero nunca más, ya nunca más lo haría; ahora controlaba su miedo; ahora quería luchar; ahora sabía su real condición, y exigía un combate justo, una confrontación apropiada para desenmascarar al padre Julián, a su Dios y a su inseparable Muerte.


***


Una noche, una sola noche bastó para introducir en el cerebro lleno de credulidad de Fernando la espada maldita de la curiosidad. Eso fue todo. El resto es historia, una historia que se deshace a pedazos por los recuerdos de los muertos que hubo y que siempre habrá en las luchas por cualquier causa; aunque estén perdidas, como ésta.

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