21.4.13

LA VIDA (CAPÍTULO 11)



La venganza es dulce, en particular para la mujer.
Lord Byron

***

-¿Quién eres tú?
-Voy en busca de la Vida.
-¿Por qué vas vestida así?
-Antes era representante de Dios en la Tierra.
-¿Sor Inés?
-¿Fernando?
-¿Estás muerta?
-Aún no.
-Entonces, ¿qué haces aquí?
-Lo mismo que tú, regreso para vivir, para llenar de realidades el imaginario mundo que me han donado mis predecesores.
-¿Cómo vas a hacerlo?
-Encontraré a la Vida.
-¿Y si primero te encuentra la Muerte?
-Sabré cómo ganarla.
-Aquí no te vale la palabra de Dios.
-No me hace falta.
-¿Cómo?
-Mi rabia hablará por mí.

***

-Me buscan, siempre lo hacen. Llegan aquí y pretenden regresar, qué incautos. Yo no hago las normas, simplemente las cumplo. Ahora es aburrido, inmensamente aburrido. Antes todo estaba por descubrir, las sensaciones, mis quehaceres. Pero, tras una eternidad escuchando las mismas súplicas, los mismos ruegos, una se vuelve insensible. Intento encontrar una diversión, algo que dé animosidad a mi imperecedera existencia; pero es difícil cuando se trata de los hombres. Me gusta su paradójica vida. Incautos, lo que les permite vivir les mata. El oxígeno que necesitan para que sus ajados pulmones les posibilite la sensación de sentirse vivos es el mismo que les oxida las neuronas y la piel, matándolos poco a poco. Ellos no lo saben, y por eso siguen respirando, sin buscar formas alternativas de sobrevivir. Yo las sé, las conozco desde siempre, pero nunca he intentado cambiar las reglas. No merecen la pena. Me gusta ver cómo se alborozan cuando llegan a su mundo, y cómo, según van viviendo, arrastran su penar por entre las rendijas de sus carcasas caducadas. Simples, son simples, seres vivos fáciles de prever, sencillos de digerir. Sólo espero con ansiedad que este trozo de eternidad sucumba de una vez, y que las reglas vuelvan a cambiar, esta vez a mi favor, para disfrutar de la consecución de mi maldad. Nadie me teme, nunca lo han hecho, y se dirigen a mí sin el debido respeto. Yo los escucho, los dejo hablar, sincerarse conmigo. Me exponen las causas por las que quieren volver, "dejé esposa, me quedaron hijos allí abajo, ¿y mis padres?, ¿qué será de mis padres?". Se creen buenos, todos se creen buenos. Piensan que se interesan por los que los rodean. Estúpidos, son tan predecibles. Me encanta verles la cara cuando les digo que no puedo hacer nada. Se sienten hundidos, pero ninguno se avergüenza de mostrar sus debilidades. Ellos lo intuyen, pero no son capaces de enfrentarse a esa soledad que les alberga todo el alma. El hombre, en definitiva, está solo, solo y abandonado; triste y acomplejado, muestra su vagar por una tierra que no lo reconoce como dueño. Intentan rodearse de gente, complementar sus vacías vidas de voces ajenas a los gritos que le reclama, desde lo más hondo de su pesar, su soledad; y lo hacen sin saber que todos, absolutamente todos, están en su misma situación, que todos, absolutamente todos, carecen de un sentido que les otorgue un soplo de conciencia realmente válida a sus fantasmagóricas existencias. Si se vieran, comprenderían que sí existen los fantasmas. Ellos, ellos son los fantasmas, deslizándose constrictivamente, arrastrando sus cadenas llenas de responsabilidades ufanas por entre los senderos típicos de sus soledades irreconocidas. El hombre, qué invento. Allí viene otro, qué absurdo. Le recibiré, son las reglas.

***

-Busco a la Vida.
-¿Para qué?
-Para exigirle lo que es mío.
-¿Quién te crees para reclamar?
-Una insatisfecha.
-Sois tantos. No lo entiendes. Volver sería padecer de nuevo, y cuando agotaras tu nueva vida, acabarías retornando aquí. ¿Qué sentido tiene querer regresar? ¿Acaso creías que eras muy buena por estar ayudando a los demás? ¿Acaso pensabas que obtendrías tu recompensa en un mundo futuro del que sólo vuestra fe os da garantías? Yo te contestaré, no lo hacías por los demás, lo hacías por ti, sólo por ti, para hacer méritos delante de tu supuesto Dios, para conseguir en tu prometida vida un puesto de privilegio. Pero hay un problema, nunca supusiste que esto se pudiera dar.
-Devuélvemela, devuélveme mi vida.
-No puedo hacer nada, lo siento.
-Sé que sí, que puedes hacerlo.
-¿Qué te hace suponer eso?
-Tus ojos. Me estabas esperando.
-Tendrás que darme tus motivos, son las reglas.
-No, no voy a hablar. Ya he perdido bastante tiempo con la palabra. Ahora es distinto, sólo quiero lo que es mío, para hacer con mi verdad lo que realmente desee, sin necesidad de verme coaccionada por la mano de un Dios opresor que lo domina todo, hasta su no existencia. Ahora lo quiero, quiero llenarme de ti, saciarme de ti, para volver, con más años, con más seguridad, con más de todo, y en su justa medida.
            VIDA, ¡ABRÁZAME DE TI!

***

-Y lo hice. La dejé marchar, con otro nombre, con otro sexo; la devolví a una tierra que la había tratado con mentiras, que sólo le había reportado sufrimiento y dolor, un dolor infinito que había quedado dibujado, por siempre y para siempre, en los ojos bicolores de su cara derrostrada.

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