"La única manera de hacer fuertes a los débiles es la opresión".
Anónimo.
***
El día era seco, uno más en la inmensa llanura que delimitaba los
páramos establecidos por la escasa población de Mortaja. Los sucesos, los
grandes sucesos que acaecían fuera del lugar, no llegaban a afectar a un
pequeño pueblo de provincias que vivía, como siempre, de la agricultura. El
espacio respirable que estaba instituido no iba a cambiar jamás, impidiendo con
ello que las noticias foráneas, transportadoras de ideas subversivas,
penetraran en el círculo reducido y sojuzgado por la santa madre Iglesia. Allí
seguiría gobernando el cura, tal y como siempre había sucedido, dominando los
valores materiales y espirituales, controlando, para que su pequeño grupo de
aldeanos no accediera al conocimiento que les pudiera llevar a la duda,
ocupándose de mantener callados los gritos que la intimidación pueblerina
reclamaba y que quedaban ahogadas en el límite de la cordura, en la frontera
que su pánico cobardón les permitía, para no tener que enfrentarse a su
alcalde, a su confesor, a su castrador, al padre Julián.
***
Todo estaba asumido. Nadie quería luchar. Los pobladores conocían su
papel de débiles corderos, y el temor de encender la ira de Dios apagaba
cualquier conato de rebeldía que pudiera emerger desde las entrañas de los
oprimidos.
***
-Deberíamos decírselo. Alguien tendría que pedirle explicaciones.
-Y quién va a ser, ¿tú?
-No, yo no quiero enemistarme con Dios, pero, no aguanto más, será Él
el que se lo habrá mandado, pero, pero... Mi madre me lo ha contado todo, lo
que tuvo que hacer como penitencia, y eso, eso para un hijo es muy duro.
-Fernando, Fernando, déjalo estar. Siempre ha sido así. Mi abuela me
contó lo que el anterior párroco hizo con ella y con muchas como ellas. Créeme,
de nada les sirvió quejarse.
-Mira a Juan, se levantó contra él.
-¿Y?... ¿Qué le pasó?... Muerto, acabó sucumbiendo ante el mandato del
padre Julián. Todos supimos por qué, todos escuchamos las amenazas, ¿y qué? No
hicimos nada. Callamos por temor, por el temor divino.
-Algún día cambiará.
-Quizás, pero no será hoy.
-Tristán, te lo juro, aquí, en nuestra tierra, en esta tierra maldita;
Tristán, algún día cambiará.
***
El agobiante sol se bocetaba un día más sobre el eterno amanecer de
Mortaja. Los labradores, aquellos que recurrían a sus quejas, volcaban agrios
lamentos sobre el estado sombrío en el que se encontraban sus ajados corazones.
Gritaban, de rabia, con cada azadazo que golpeaba la maldita tierra; lloraban,
de rabia, con cada surco dibujado sobre la maldita tierra; se retorcían, de
rabia, con cada gota de sudor malempleada en sustentar la maldita tierra; se
endurecían, de rabia, por no haberse negado a trabajar la maldita tierra; se
oscurecían, de rabia, por no haber enterrado vivo al padre Julián en su maldita
tierra.
***
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Padre, lo he vuelto a hacer.
-El qué, hija mía.
-Lo que usted ya sabe, no me haga repetírselo.
-Nómbralo, es la única manera de que tu pecado pueda ser redimido.
-Yo… yo… he vuelto a odiarle.
-Hm.
-Sí, padre, he vuelto a odiarle con todas mis fuerzas.
-¿Y cuál ha sido el motivo esta vez?
-No lo sé, es su imagen, su sola imagen me produce náuseas, provocando
en mí un estado de ansiedad lleno de arcadas y de vómitos; su voz, su sola voz
me enerva, haciendo que surja desde dentro de mí un odio que desconocía, un
odio que me tienta a acabar con usted y con todo lo que representa.
-¿Qué te detiene?
-Su Dios, su invisible y poderoso Dios, su desmemoriado e injusto
Dios, su vengativo y amenazador Dios.
-¿Por qué me cuentas esto?
-Por miedo, por mi continuo miedo hacia las mentiras que usted mismo
promulga. Y es que…, y es que… ¿y si no son mentiras?
-Hm. Conocías el castigo y lo has vuelto a hacer. Esto es muy grave, y
no se limpia tan sólo con la oración. Odiar no es bueno, y hacerlo contra mí,
un representante de Dios, multiplica la gravedad de tu acción.
-No, padre, por favor, encárgueme cualquier penitencia para mi redención,
pero… pero… por favor… por favor… no haga que mi odio crezca aún más.
-Conocías las normas, sabías el castigo para las que como tú me odian.
-Pero, padre...
-Esta tarde a las seis te espero en mi casa.
-Padre...
-¿No querrás agravar aún más tu situación?
-Padre...
-Ahorra tus lágrimas pecadoras para esta noche; las necesitarás
después de que hayas purgado tu infernal lasitud.
***
-Hola, Laurita.
-Hola, padre.
-Hace mucho que no te veo por la iglesia, y eso es muy malo para las almas
en pecado. ¿Qué haces ahí tan callada?, ven aquí.
-No me toque, padre, no soy apropiada para recoger su perdón.
-Ven aquí, no tengas miedo. Una chiquilla como tú, que ha crecido
sola, sin familia, sin cariño, no puede temer a nada. Ven aquí, a mi lado, yo
volveré a darte protección.
-No la merezco, padre. Algo ha cambiado en mí, mis piernas lloran con
sangre, avisándome de algún mal que llevo dentro. No, no se me acerque, no vaya
a contagiarle.
-Con que es eso. No te preocupes, ¿qué años tienes ya?
-Trece, tengo trece años.
-Suficientes. Yo te salvaré, yo haré que todo el mal que llevas dentro
quede limpio.
-¿De verdad?, ¿conseguirá que mis tripas dejen de retorcerse
doloridas?, ¿conseguirá que mis manchas desaparezcan del centro de mis dudas?,
¿conseguirá que el pecado muera con mi sangre?
-Sin duda. Ven aquí, despójate de esas ropas demoníacas y abraza mi
cuerpo deífico.
***
-Oremos, hermanos: "sois hombres, vulgares hombres, Señor nos
distinguió a unos y nos escogió, y a otros, a vosotros, os puso en el número de
los días comunes. Todo hombre viene del polvo y de la tierra de la que fue
creado Adán, pero el señor, con gran sabiduría, nos distinguió diversificando
nuestros caminos. A nosotros nos santificó y nos allegó a sí mismo. A vosotros
os maldijo, os humilló y os derribó de su lado, como el barro en manos del
alfarero. Todos sus caminos son conforme a su complacencia. Enfrente del mal
está el bien, y enfrente de la muerte, la vida, enfrente del pecador estoy yo,
el piadoso. De este modo considera todas las obras el Altísimo, de dos en dos,
una enfrente de la otra".
Queridos hermanos, El
Eclesiastés no miente, es palabra divina, una palabra que os arroja de su lado
por culpa de vuestro comportamiento vicioso y pecador. Pero no todo está
perdido, yo estoy aquí, para ayudaros en lo posible, para reconduciros hacia el
rebaño de los elegidos, hacia la manada que llegará a sentarse próxima a los
aledaños de aquel que todo lo puede. Hermanos, ¡ay! del que piense que no
necesita de nadie y que él solo es capaz de regir su vida, ya que estará
condenado por los siglos de los siglos a vagar por las veredas del sufrimiento
eterno. Nuestro querido Dios os ha dado
otra oportunidad: vivid en la Tierra acorde a sus enseñanzas y sólo así podréis
entrar en el reino de los cielos, seguid mis indicaciones y sólo así tendréis
una mísera oportunidad, buscad mi perdón y podréis ver a Dios.
***
Aire, todo lo que recorría el pueblo era aire viciado, lleno de recelo
y temor hacia aquello que escapaba al corto entendimiento de los moradores de
Mortaja. Nadie respiraba tranquilo, temblando por su olfato putrefacto,
tiritando por sus tumbas nasales, aspirando los enormes aromas que se expandían
por el perpetuo y viciado aire de Mortaja.
***
Dolor, dolor y sometimiento se alojaban en las cuevas inhóspitas
preparadas para albergar la fugacidad humana en su forma más cruenta,
permitiendo la llegada del olor añejo que se incrustaba en sus deseos
revolucionarios, apagándolos por su inapetencia vital, algo que les recordaba
su ya de por sí destartalada existencia a los pies de un caudillo vencedor a
golpes de miedo.
***
Había aguardado a que su reloj vital acabara con los malos recuerdos,
dejando que las telarañas anidaran en su remordimiento de hermano ultrajado.
Hacía treinta años de ello, pero Roberto, desde aquella mañana en la que su
retina había impreso para siempre las imágenes del horror dibujadas en el
aniñado rostro de su hermana Marcela, sabía que algún día la sangre roja del
padre Julián, aquella que había visto brotar desde su escondite, ahogaría los
gritos que le declaraban culpable por haber sentido miedo, un angustioso y
atormentado miedo. Recordaba la escena, Marcela dejaba que sus luces se fueran
apagando mientras el deseo animal del padre Julián destrozaba para siempre la
mirada infantil y alborozada de su hermana de siete años.
***
-Padre, por favor, no tenemos nada con qué pagarle.
-¿Estás seguro?
-Nada, este año la cosecha ha sido muy mala, no tenemos ni para
silenciar los alaridos del hambre.
-Conoces las leyes.
-Sí, padre, pero usted lo sabe, sabe que el sol no ha dejado engordar
al trigo, que lo abrasó cercenándolo hasta que le arrancó la panícula.
-Otros sí me han pagado.
-Padre, por favor, somos nueve de familia y mi terreno no da para más,
usted lo sabe, sabe que no guardo nada, que todo lo que tengo está a la vista.
-Hay otras maneras con las que pagarme.
-No se estará refiriendo a...
-¿Dónde está tu hija?, ¿dónde está Merceditas?
-No, no, padre, eso no, no, yo, yo le pagaré, deme tiempo, deme
tiempo, un mes, quince días, una semana...
-Tu tiempo ha acabado; muchachos, cogedle.
-No, Padre, no, por favor no lo haga, no lo haga, dejadme, dejadme,
por Dios, por su Dios, no lo haga, sólo tiene catorce años, dejadme... Merceditas
corre, corre, ¡CORRE!
***
-Oremos, hermanos: "La maldad de la mujer desnuda su rostro y
deja su semblante al descubierto. Ligera es toda maldad comparada con la maldad
de la mujer, caiga sobre ella la suerte de los pecadores. Lo que es una cuesta
arenosa para un anciano es la mujer deslenguada para un marido comedido. No
sucumbáis a la belleza de la mujer ni la deseéis. Es digna de cólera, de
reproche y de vergüenza. No la sigáis, y huid como gacela escapada de lazo.
Delante de vuestros ojos endulzará las palabras de su boca para que admiréis
sus palabras, pero al final torcerá su boca y en vuestras palabras pondrá
tropiezos. El señor la aborrece, y la que hace mal se volverá contra él sin que
sepa de dónde le viene. Serán atrapadas en el lazo las que se alegran de la
caída del piadoso y el dolor las consumirá antes de la muerte. El rencor y la
cólera son detestables, y la mujer pecadora los posee".
Queridos hermanos, la
Biblia es clara: la palabra de Dios sabe quién es la causante de nuestros
males, la ofensora de la verdad y del bien, la heredera de aquella que obligó a
Adán a consumir la fruta prohibida. Por ello su sangre les recuerda cada mes su
delito. No hay perdón para ellas. Tan sólo si seguís las instrucciones de los
piadosos, de los elegidos para esta ingrata tarea, y lleváis a vuestros
maridos, no por la senda del engaño y del mal como vuestra insana naturaleza os
enseña, sino por el camino de la verdad, por la vereda del bien, siguiéndome
hasta el confín de vuestras exiguas vidas, tendréis una pequeña posibilidad de
entrar en el reino de los cielos. Yo, sólo yo, sé lo que tenéis que hacer;
obedecedme y seréis salvadas, apartadme y la ira del señor caerá sobre vosotras
y vuestros descendientes en forma de fuego purificador.
***
El control del padre Julián no se circunscribía tan sólo al poder
ejercido sobre las almas en pena. Poseía también los cuerpos de los hombres y
de las mujeres, cada uno para un fin, porque mientras ellos servían para
enriquecer su afán desmesurado de poder y tiranía, ellas lo hacían para
satisfacer los deseos innatos de copular por y en nombre de Dios, con el único
objetivo de sumirlos en el más hondo de los olvidos: el de su propio
remordimiento y desconfianza.
***
La luna ocupa, poco a poco, el ardiente horizonte. El silencio
principia los lloros del aire. Las puertas se cierran. Algo huele mal, como el
hollín que penetrará a sus espaldas. Nadie se atreve a salir a la calle. Todos
conocen lo que va a suceder. No harán nada, sólo rezar para que la desgracia no
cubra con su manto la triste prórroga de los esperanzados. El miedo paraliza
sus ansias de gritar. La noche se quiebra. Las voces y disparos rasgan las
vestiduras del alba. Allí sale, con sus jinetes apocalípticos. Repletos de
armas que los provocan, junto a la opresión mental, una desnudez física que los
mantiene dóciles en el redil. Todos pueden ser su presa. Lo saben, y por ello
rezan. Con un ojo cerrado, y con el otro pendiente de la cercanía del diablo
celestial. Familias enteras que piden un día más para intentar purgar sus penas
y ser dignos ante los ojos del Señor, para apaciguar su ira, y sus castigos
encarnados en la figura cruenta y borracha del padre Julián.
***
-¡Ah!
-Éstas son las llamas purificadoras, las que limpiarán vuestras almas
de pecado.
-Por favor, hace mucho calor aquí.
-Sí, pide clemencia, ahora que ves que tu Señor te ha abandonado,
ahora que comprendes que te hubiera sido mejor pagar, ahora que ya es tarde
salvo para que te arrepientas antes de la depuración.
-Socorro, socorro, por favor, deje salir a mis hijos y a mi mujer, son
sólo críos, ¡por Dios!, ¡críos!, yo soy el único culpable.
-¡No!, la familia del pecador lleva en la sangre la maldad. Sólo hay
una manera de evitar que todo mi pueblo se contagie, y es erradicar con las
llamas, con el fuego que en su día utilizó el mensajero de Dios para expulsar
del paraíso a los que no lo merecieron. Vosotros, mentes impuras, y cuerpos
morosos, arded junto a aquellos que no fueron aptos para el perdón divino,
arded, porque vosotros, simples humanos, tampoco lo merecéis.
***
Ruido de astillas y vidrio rompiéndose en las ventanas. Saltos
arriesgados desploman cuerpos incendiados. Caras de asombro (las menos). Caras
quemadas (las más). Pequeña satisfacción respirar el aire caliente y viciado de
Mortaja. Disparos que marcan la imposibilidad de un escape, que atraviesan los
rostros negros de los quemados. Caras sonrientes (las menos). Caras calcinadas
(las más), y el intenso olor a hollín que penetra la sucia espalda de los
silenciosos.
***
El viento, caliente, sonaba con fuerza, esparciendo los restos
quemados de la casa acusada, entretejiéndoles en sus oídos el intenso sabor a
culpables, susurrándoles palabras de desprecio. No habían hecho nada (una vez
más), y cada sonido apagado retumbaba en sus conciencias amilanadas por el
rostro invariable del heredero de su Dios, de su representante en la Tierra,
del padre Julián.
***
El viento caliente presagia.
***
El verano era seco, seco y caluroso. Las reservas de agua escaseaban
un año más. La aridez se propagaba por los corazones de los mortajeños, ya que en ellos estaba
instalado el terror, terror por no cumplir los deseos de Dios, terror por no
ser dignos de su misericordia, terror por no poder distanciar el odio que se
agolpaba en cada una de sus miradas recelosas hacia el padre Julián. El
ambiente cargado dio paso al presagio de lo que sucedería, al intervalo que
supuso la aparición del extraño: un extranjero provisto del conocimiento vedado
a los hombres, algo que llevaría al total desenfreno a los habitantes del
pequeño pueblo en el que nunca pasaba nada; al menos, hasta ese día.
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